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Barrios de antes

Hace poco platicando con unos amigos recordábamos cómo éramos de chamacos en el sentido de defender nuestros barrios, los cuales eran sagrados para nosotros. Evocamos los tiempos en que nos juntábamos en las esquinas ya no solo para platicar, sino para checar que nadie de otro barrio pasara por el lugar porque entonces empezaba la “chifladera”, señal de que alguien ajeno “al territorio” andaba por el mismo, ya fuera de manera provocativa o simplemente de paso, y si era esto último, que no anduviera de “bule” porque entonces empezaba las miradas feas y las indirectas y sí había respuesta, la correteada al susodicho, que por lo regular no le quedaba de otra más que emprender la huida. Eso era algo normal, que a decir verdad pocas veces se pasaba de control, pues no iba más allá de algunos empujones o “mazapanazos” al que se llegaba a pescar, y se le dejaba ir con la clásica sentencia de “no andes pasando por aquí”.

Porque si bien es cierto que se respetaba el libre tránsito, había calles por las que “se podía” pasar, arterias consideradas neutrales, y el que alguien pasara en medio de tu barrio, justo donde se encontraba “la palomilla”, era considerado una ofensa, y por ende ocurría lo ya descrito. Esto se vivía en todos los barrios, los cuales eran territoriales. Claro que en algunos abusaban más que en otros, y eso era ampliamente conocido por los demás, que optaban por ni siquiera rondar por los sectores considerados peligrosos, por la fiereza de sus habitantes. En este tenor que esperanzas que se dejara entrar a los barrios a los novios de las vecinas, no, eso era algo prácticamente prohibido para la palomilla, que siempre salía con la clásica frase “manganita es de aquí del barrio, y es para alguien de aquí”, así que la “carrilla” al “foráneo” era insistente. Y pobre aquel hermano de “manganita”, porque recibía todos los reclamos al respecto.

Otra cosa que era clásica es que cuando había quinceañeras y se invitaba a gente de uno u otro barrio ¡siempre había pleito! Dentro del salón se hacían los grupos que se “buleaban” y a final de la fiesta, afuera del centro de recepciones, la bronca, que no pasaba de unos cuantos golpes y piedras aventadas, pero era clásico terminar enfrascados. A veces los ánimos se exacerbaban y los que habían sido apabullados, iban días después al barrio de los agresores, con más “raza” a buscar venganza, y la defensa no se hacía esperar.

Eran loqueras de chamacos, pero que reitero, pocas veces pasaron a mayores, y normalmente las piedras y palos eran las armas que se portaban, si acaso alguna cadena, chakos, o incluso navajas, pero estas ya eran armas de temer, que incluso los mismos grupos vetaban, pues si bien eran pleitistas, no eran asesinos. Y una cosa muy importante, fuéramos como fuéramos, teníamos respeto por nuestros mayores, quienes si nos llamaban la atención atendíamos sus peticiones con la cabeza agachada. Los tiempos han cambiado, y los barrios también.

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