El Dólar
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Autodidacta

De chamaco yo siempre quise seguir estudiando pero no se pudo, porque mis padres no tenían dinero para pagarme los estudios, y aunque en ese entonces yo ya trabajaba, mis recursos no me alcanzaban para costeármelos por mi propia cuenta, toda vez que tenía que contribuir con los gastos del hogar. Pese a ello hice el intento en su momento, y eso fue cuando salí de la secundaria, y quería continuar en la preparatoria, pero el costo de registro era elevado y no conseguí la cantidad exacta. No obstante llevaba la mitad por lo que solicité en el área administrativa me dieran la oportunidad de dejar el 50 por ciento y el resto al entrar a clases, a lo que una de las trabajadoras accedió, manifestándome que se me veían las ganas de querer estudiar, y por eso me darían esa oportunidad, no sin antes recalcarme que tenía que aportar el resto de la colegiatura iniciando el ciclo escolar. Una semana después empezaron las clases, a las cuales me presenté gustoso. Sin embargo ese día no traía el dinero que faltaba para la inscripción, pese a que había hecho el férreo compromiso de pagarlo en ese primer día de actividades escolares. Se llegó el martes y de la misma forma acudí a la escuela, al igual que al día siguiente. Fue ese miércoles cuando la empleada que amablemente me había atendido se presentó en mi salón. Tras decir mi nombre y yo levantarme de mi asiento, me invitó a salir fuera del aula y ahí con voz pausada, como queriendo que nadie se enterara, me preguntó si ya tenía el dinero restante de la inscripción, a lo que cabizbajo le dije que no lo había podido conseguir, que me diera por favor unos días más. Ella con una cara de melancolía, en la que se le notaba las ganas de querer ayudarme, me dijo que ya me habían dado tres días, y que a ella, que era quien había respondido por mí, le estaban exigiendo los directivos el pago del restante. De una manera muy amable me dijo que lamentablemente si no podía pagar tenía que abandonar el plantel, pues estaba ocupando un espacio reservado para otro alumno de la larga lista de espera. No tuve más remedio que entrar al salón, tomar mis dos cuadernos, y salir sin despedirme de nadie. Bajé las escaleras del edificio y me encaminé hacia la salida. Aún recuerdo muy bien en mi mente el sonido del enorme y pesado portón de fierro al cerrarse tras de mí, y quedar yo ahí parado afuera de la preparatoria, sin saber qué hacer. Traía unos cuantos pesos que me sirvieron para el camión, el cual tomé en la esquina, sin recordar cómo fue que me subí a él, solo viene a mi mente como iba yo acurrucado en uno de los asientos del autobús hundido en mis pensamientos. ¿Qué iba hacer ahora? Las puertas para seguir estudiando se me habían cerrado. Quería llorar pero a la vez me aguantaba las ganas, porque también me embargaba un gran coraje. ¿Cómo era posible que el gobierno en sus constantes anuncios manifestara que había completo apoyo a la educación?, cuando evidentemente eso no era cierto y prueba de ello es que ahí estaba yo, perdido en una maraña de sentimientos encontrados, de rabia, frustración, coraje, temor, enojo, ira, pero sobre todo desesperación e incertidumbre, por el simple hecho de no tener dinero para seguir estudiando. Esa vez llegue al centro de la ciudad, era muy temprano, di unas vueltas por el área y fue entonces que me prometí ser autodidacta, aprender por mi propia cuenta, leyendo cuanto libro me encontrase. Recibí en esos mismos días una oportunidad laboral en el extinto periódico Laredo Ahora, donde tuve muy grandes maestros, los cuales me corregían cuando me equivocaba y me instruyeron en muchos menesteres periodísticos, pues el periodismo es también educación. Y aunque cierto es que no tengo un título que presumir, nunca he dejado de estudiar, pues día con día aprendo algo más, gracias al hábito que me he impuesto de la lectura. Por eso siempre digo, lean, lean, lean, porque justamente eso vas hacer a la escuela, leer para aprender. Independiente de si estén o no estén estudiando, de si sean pobres o sean ricos, el leer les abrirá un enorme mundo de posibilidades, partiendo del simple hecho que solo leyendo no escucharás ningún portón cerrarse tras de ti.

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