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Es complejo entender, y más aún, aceptar a una España, como nación, cohesionada por la diversidad de culturas y formas de gobierno dispares, que por siglos, han tenido rangos de autonomía y capacidades asociativas según convenga a interese diversos y muy locales. Prácticamente, reinos dentro de un reino hegemónico. Hoy nos toca asistir al espectáculo de la política española, divida en dos corrientes de pensamiento y lucha por el poder, casi de igual tamaño y antagonizadas por líderes tozudos y aferrados.

El Estado español al borde de la fractura, los constitucionalistas por una parte y los independentista por otra. Los primeros, encabezado por las instituciones de gobierno (parlamento, jefe de gobierno principalmente), cuya representación encarna el señor Mariano Rajoy, y la otra, por un gobierno comunitario autónomo en sus capacidades administrativas, más no soberano, pues sus límites están marcados por el capelo del Estado español, si soberano.

Al inicio, transcurso y desarrollo de las ideas independentistas, el gobierno comunitario le pedía al jefe del gobierno español, soluciones por la vía del diálogo y el arreglo político. El primero se negó aduciendo que éste (el diálogo), si es que se daba, tendría que ser en el seno del parlamento, que solo ahí se podrían discutir las pretensiones separatistas. Ignorando, o haciendo a un lado, si es que lo sabía, que el argumento separatista era y es tan solo eso, que lo que en realidad estaba y sigue estando en el fondo del asunto, es un mejor régimen administrativo y de facultades legales más amplias.

Ambos líderes: tanto el español constitucionalista,  como el catalán separatista, estaban y siguen estando consientes del juego engañoso en que han metido al pueblo español todo. Al término del primer tiempo del desencuentro, se impone el Estado federal, e interviene desconociendo al gobierno catalán, se convoca a nuevas elecciones para integrar parlamento regional, y el resultado es el que ya se sabía que iba a ser, ganan (con muy poca diferencia), y en la votación, los partidos constitucionalistas y ganan en escaños conseguidos los independentistas.

De tal suerte que los independentistas, al tener más número de parlamentarios, han de formar gobierno aliándose con algún partido del bloque constitucionalista, ya que los partidos intermedios, al ser tan pequeños, no tienen el número de diputados para participar en el gobierno regional. De esta manera, es como se regresa al principio de la historia. Ahora es el jefe del gobierno español quien invita al diálogo al huido ex, y ahora nuevamente jefe independentista catalán.

Con una diferencia, en éste segundo tiempo del amañado juego, es el señor Rajoy quien lleva la ventaja, pues al desaparecer los poderes catalanes, e intervenir la autonomía de esa región, consiguió que pesara sobre el líder de los independentista una orden de aprehensión que puede ser ejecutada en cualquier parte del territorio español. Qué sucede entonces, pues que el jefe catalán triunfador en la elección del jueves pasado, no puede pisar territorio español sin ir a la cárcel.

Cómo darse entonces el diálogo entre el gobierno español y la disidencia catalana, imposible de no ser en exterior del país, a lo que por supuesto, no accede el señor Rajoy. Es un mucho, el juego del gato y el ratón. Se para el gato frente el agujero del ratón con un mazo en la mana erguida, y con la otra, le enseña un trozo de queso para salga y atraparlo. Pues bien mi estimado amigo lector esto es penosamente, el juego de la política y la lucha por el poder.

NOS VEMOS Y LEEMOS EL PRÓXIMO MARTES.                     

 

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