El Dólar
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Vida en crisis

Desde que tengo uso de razón, mucha gente se la ha pasado alarmándome con situaciones que ellos mismos consideraban catastróficas, y a las que afortunadamente he sobrevivido y sobre todo he superado.
Recuerdo cuando era niño que “La Güeli”, como le decíamos cariñosamente en el barrio a la anciana vecina y rentera de la familia, y quien era Testigo de Jehová y se la pasaba todo el día leyendo la Sagrada Biblia, nos amedrentaba constantemente a todos los chicos del barrio diciéndonos que ya venía el Armagedón, que ya se acercaba, y que todos nos íbamos a morir y seríamos juzgados por Dios, por un Dios, según ella, con lengua de fuego que escupía llamas por doquier. Nos hablaba, o más bien nos asustaba, con los Cuatro Jinetes del Apocalipsis y la Bestia de quien sabe que tantas cabezas y con el 666 en la frente.
Evoco que cuando me iba a dormir soñaba con unos cuerpos cadavéricos persiguiéndome a bordo de unos caballos igual de esqueléticos y en mi huida me topaba con la bestia de múltiples cabezas y hasta con un ser me lanzaba fuego de su boca. Claro que despertaba asustado y hasta llorando, y mi madre tenía que consolarme a su manera, que era dándome tremenda nalgada y exigiéndome que me callara, aplicando la antigua táctica de “dale un jodazo, para que se vuelva a dormir”.
Ese fue de mis primeros miedos en mi vida, hasta que me cambie de casa y deje atrás los Armagedones, las Bestias cabezonas y los seres que escupían fuego.
Ya en la primaria recuerdo que una vez, allá por 1980, en cierto noticiero anunciaron que había la posibilidad de que se diera una lluvia de meteoritos en la tierra. Y cuando se tiene ocho años la imaginación es enorme. Rememoro que aquellos compañeros que tenían casa de material, se mofaban de quienes teníamos casa de madera, diciéndonos que estábamos expuestos a que nos cayera un meteorito y nos destruyera la casa: que ellos estaban salvados, por tener techo de cemento. Vaya bobería, pero por varias noches no pude dormir ante el temor de que cayera el mentado meteorito.
Después en 1982, cuando la crisis, aquella en la que el entonces Presidente de México, José López Portillo, no pudo defender al peso como un perro, escuchaba yo a los mayores decir que era el acabose, que quedaríamos más pobres de lo que ya estábamos. Los llegué a oír decir: “ahora sí vamos a tener que ir a mendingar a la calle”, y me imaginaba pidiendo dinero de casa en casa, siendo la burla de mis amigos y conocidos.
Ya de grande viví la crisis de 1994, aquella en la que el dólar pasó de 3.80 hasta 10.90, aunque luego se estabilizó en los 7.80, pero como quiera el monto del billete verde se duplicó, y todos andábamos vueltos locos. Ni que decir del aumento en el dólar a inicios del 2014, en que llegó a los 13.50 pesos por uno o más reciente en este 2017 en que llegó a los 20 pesos, aunque luego se estabilizó en los 18 pesos, y ahora nuevamente hay el riesgo de que vuelva a subir, por el estancamiento en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC). Todo esto lo comento porque así como yo, muchos hemos estado llenos de temores, infundados la mayoría de ellos. Y es que nos dejamos sugestionar por lo que dicen los demás, que en su mayoría son alarmistas.
Hasta donde tengo uso de memoria, la gente siempre ha hablado de crisis, del alza en el dólar, de que el sueldo no alcanza, de que todo cada día está más caro, y sin embargo seguimos viviendo.
En la vida yo he aprendido que quien piensa en crisis, cae en crisis. Crisis emocional, como la que viví de niño cuando soñaba en el Armagedón, crisis sentimental, cuando lloraba en las noches temiendo que a mi casa le cayera un meteorito, y crisis económica, como cuando me veía mendingando en la calle o lamentándome por el alza en el dólar, así crisis nerviosa como la que muchos me quieren infundir con sus pesimistas comentarios sobre la nueva crisis que viene, pero que me niego aceptar, porque a fin de cuentas la crisis la genera uno mismo en su ser, y de uno mismo depende, salir de tal crisis.

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