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Simplemente: ¡Buenos días!

De lunes a viernes, a temprana hora, voy a dejar a dos de mis hijos a sus respectivas escuelas. Uno al CBTIS 234 y otro a la Secundaria Técnica 79. Y en el caso de esta segunda institución educativa, me he dado cuenta de que algunos maestros reciben a los alumnos a la entrada del plantel. Ya tiene tiempo que lo hacen, y durante ese lapso he notado que son maestros que se preocupan por sus alumnos, ya que no solo les dan la bienvenida sino que además revisan que porten el uniforme, que calcen zapatos y no tenis, que vayan fajados, y cumplan con una serie de normas que se han establecido en el plantel, que dicho sea de paso es uno de los que cuenta con alumnos un tanto rebeldes. Pero una cosa que noto es que la gran mayoría de los alumnos al cruzar el umbral y pasar al lado de sus profesores no les dan a esos los buenos días, sino que pasan a un lado de ellos como burros sin mecate.

Hay incluso quienes ni contestan el saludo matutino amable de sus educadores. Y mi hijo era uno de ellos, por lo que al notar yo la situación le exigí que al entrar salude con un “buenos días” al personal docente, haciéndole notar que nada le cuesta expresar dicha oración que dicho sea de paso cuando la expresamos nos sentimos bien con nosotros mismos, pero más bien nos sentimos cuando recibimos en reciprocidad la misma expresión.

Cuando yo estuve en la escuela los maestros nos obligaban a dar los buenos días a nuestros prójimos. Sin embargo poco a poco se fue perdiendo esa práctica, esa costumbre, y hoy en día nuestros chamacos no se dignan a emitir el referido saludo. Una de las cosas que a mí me gustan mucho cuando viajo a la tierra de mi mujer, en el estado de Veracruz, es que pase quien pase a tu lado, te da los buenos días, aun así no te conozca. Son gente amable por naturaleza, gente de pueblo, donde las buenas costumbres prevalecen.

Acá en cambio, en la ciudad, nosotros hemos perdido esa amabilidad, como hemos ido perdiendo muchas prácticas positivas. El dar el asiento a los mayores en los camiones urbanos, el permitirles que sean los primeros en entrar a algún edificio, el no ser groseros o burlones con ello. Cosas sencillas de buenos modales como el decir “salud” cuando alguien estornuda, el taparse la boca cuando se bosteza o el decir “perdón” cuando sin querer, y dejando en claro que sin querer, no con plena intención, se emite un eructo.

Y ni que decir de otras cosas que eran tabús en nuestra época, como el firmar algún documento con pluma roja (en los tiempos viejos se consideraba esto una grosería) o el llevar a la mujer en la orilla de la calle (se decía que uno la iba vendiendo). Es indudable que los chamacos de ahora se han olvidado de estos detalles, no les importan, se han ido perdiendo en el mar de la indiferencia y sobre todo de la irrespetuosidad, la osadía y la descompostura.

¿Cuándo fue que nos permitimos perder todos esos modales de educación? ¿Cómo fue que llegamos a caer tan bajo en nuestras conductas? Por fortuna nunca es tarde para retomar el rumbo, y bien podemos empezar a ser amables con los demás, quienes por cierto no tienen la culpa de nuestras amarguras, de que las cosas no nos salgan como queramos, de que pensemos que estamos teniendo un mal día, y no nos dignemos a responder a los saludos, cuando precisamente podemos mejorar ese día cambiando nuestra actitud y siendo amables, ya que cambiando la actitud a una manera positiva, mejoraremos automáticamente. Nos corresponde a los padres poner el ejemplo ante nuestros hijos, obligándolos a ser afables con los demás.

Los maestros también tienen que hacer lo suyo, y de hecho algunos ya lo están haciendo, como es el caso de esos profesores que todas las mañanas reciben a sus alumnos en la Secundaria Técnica 79, dándoles los buenos días, aún cuando haya alumnos groseros que no les contesten. Pero hay que acostumbrarlos a hacer amables, que tengan justamente la costumbre, de recuperar las buenas costumbres. De entender que los buenos días, empiezan justamente con un ¡buenos días!

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