El Dólar
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Reflexión para el Domingo de Ramos

¿Quién es ese hombre al que el pueblo recibe como un rey? ¿Qué hay en ese hombre que los hace hacer porras y gritar de júbilo? ¿Qué ve el pueblo en ese hombre, montado en un burrito, al que le tienden ramos a su paso?

La fama de Jesús ya era bastante grande por toda la región… El pueblo sabía que era un hombre capaz de devolver la vida a los muertos, dar la vista a los ciegos, sanar a los enfermos, y hasta perdonaba los pecados. Ellos sabían que Jesús era un hombre prodigioso que transformaba la vida de los que se acercaban a él. ¡Un hombre tan grande que hasta el demonio le temía!

Ellos reconocían en Jesús de Nazaret, el hijo del carpintero, un Hombre que venía de Dios. Era un profeta que perdonaba los pecados. Por eso los habitantes de Jerusalén, lo reciben con fiesta, y le dan un gran “sí” a su Evangelio.

Sin embargo, este “sí” es sólo aparente, porque el Señor Jesús, y su doctrina, no se “esconden bajo una mesa”, sino que se proclama la justicia, la verdad y la salvación abiertamente y con precisión. Mismo, que no gustó en la gran ciudad.

Ya que, éste pueblo, reprimido por los romanos, anhelaba la llegada de un salvador que los liberara. Necesitaba de un guerrero poderoso que echara fuera a los opresores con mano dura. Sin embargo, Jesús no llegaba a la ciudad en grandes carruajes con ejércitos a su mando. Más bien, llegó montado en un burrito, que ni siquiera era de él, acompañado de pescadores, carpinteros y recaudadores de impuestos entre otros, y con una enseñanza que incomodaba a los maestros de la ley.

Definitivamente, el pueblo sabe que Éste es grande, sin embargo, “no es tan grande” como ellos lo esperaban. Y Jerusalén comenzó a desilusionarse de Jesús.

El “sí” que ellos habían dado en la entrada triunfante, entre ramos y gritos, se vuelca a la inversa después de sentirse confrontados por Jesús. Y es así como la ciudad que lo recibió con júbilo y alegría, lo despide con espinas y clavos. Sustituyendo el “¡Viva el Hijo de David!” por “¡Crucifíquenlo!”. Olvidando al gran Profeta, acusándolo de criminal.

Responder a “sí” a Jesús, en primera instancia, puede ser muy sencillo. Sin embargo, la exigencia puede hacernos titubear, dudar y hasta negar. Así como Jerusalén.

La respuesta personal a Jesús no puede ser parcial, es decir, mientras me conviene. Necesita ser definitiva y perseverante, aún en la confusión, en la tiniebla y en las caídas. Sólo así dará grandes frutos y alcanzará el cielo.

Luis Donaldo González P.

@DonaldoGlz

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