El Dólar
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PAJARILLOS

El pajarillo escapó de la jaula donde lo tenía mi madre.

Revoloteó pegando consecutivamente en el techo y la pared.

No sabía dónde dirigirse y torpemente seguía revoloteando mientras las manos de todos los ahí presentes tratábamos de agarrarlo para volverlo a encerrar en la jaula.

De improviso entró en un recoveco y ahí se quedó, agazapado, mirando a todos lados.

Al no poder alcanzarlo, sorpresivamente mi madre pidió que lo dejáramos, que al fin y al cabo “no iría a ningún lado”.

– Ya se ha acostumbrado a su jaula, y por lo tanto volverá a ella-, para acto seguido dejar abierta la puertecilla y meterse a hacer sus quehaceres.

Sorprendidos todos nos vimos unos a otros, y empezamos a murmurar que tal vez había llegado el día de que ese pajarillo quedase en libertad, volase por el mundo, como la gran mayoría de los pájaros lo hacen, esos pájaros que nacieron para ser libres, pero que el humano los tiene aprisionados en jaulas que sirven como adorno, un extraño gusto que la verdad nunca he podido entender.

De hecho en mi interior me daba gusto que el pájaro quedara libre, siempre he sido enemigo del cautiverio de los animales. Pienso que así como no me gustaría estar enjaulado, a las aves tampoco les gusta y exigen su libertad.

Por eso dije a mis hermanos que olvidáramos el pájaro, que tal vez mamá ya había entendido que había que dejarlo libre y lo aceptaba como tal, al fin y al cabo ella ya estaba ocupada en sus quehaceres y su comentario de que el ave volvería a la jaula era un simple decir.

Pero cuan equivocado estaba, porque media hora después, el pájaro se encontraba de nueva cuenta dentro de la jaula, aún abierta ésta, por lo que al llegar mi madre solo cerró la puerta, y el episodio volvió a ser el mismo: un pájaro en cautiverio.

Nadie dijo nada. Pero todos en nuestro interior razonábamos.

Al llegar la hora de la comida mi madre nos llamó a todos a la mesa. Y ahí, en la tradicional plática que se da entre el ágape, no me pude resistir más y le pregunté a mi madre como era que sabía que el pájaro regresaría a la jaula.

– ¡Ay hijito!, fue la exclamación de mi progenitora, seguida de un – ¡que poco sabes de la vida!-

– Si el pájaro ha regresado a su jaula es porque cuando salió tuvo ese instinto de libertad que todos tenemos, y se fue sin rumbo fijo, no muy lejos, se guareció, y cuando se dio cuenta del miedo a lo desconocido, del miedo a no saber a dónde ir, del miedo de no saber dónde buscar su comida, su agua, un refugio seguro, regresó. Y eso es lo que pasa en la vida, con los hijos, se van, porque se tienen que ir, pero realmente nunca abandonan el verdadero nido, prueba de ello es que ustedes están aquí ahorita conmigo.

Acabando esta comida, unos se quedarán, porque aquí siguen viviendo, y otros se irán, porque tienen otro hogar, pero siempre regresarán al nido original, y aquí estará su madre, como una jaula tal vez, pero protectora. Tal vez sea un ejemplo tonto el que les hago ver con este comentario, pero a fin de cuentas es una realidad-.

Todos quedamos callados. Hasta las cucharas dejaron de sonar en el fondo de los platos ya casi sin sopa. Quisimos protestar y decir que somos libres, como realmente lo somos en este país de libertad, pero en el fondo seguimos aprisionados en la jaula de nuestro seno familiar.
Y por extraño que parezca, nos gusta estar así.

Somos pajarillos, que siempre regresaremos al nido.

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