Son muchos los que se escandalizan con las reveladoras muestras de cambio democrático, económico y político que aparecen a cada momento en México y otras partes del mundo. La apertura económica, su gracia y sinsabores, la democracia con la polarización política y la confusión social sobre qué es lo que más conviene. La ruptura de la secrecidad administrativa y el afloramiento de la corrupción y los malos manejos, las filtraciones con fines electorales que alteran y perturban el buen juicio ciudadano.
Todos los males y defectos provenientes y arrastrados por un viejo régimen político, un modelo económico obsoleto y cerrado, y una sociedad que de pronto se entera de muchos, no sabemos si de todos, los dentros del poder, configuran un estado de ánimo social altamente mediatizado y guiado por el carácter noticioso de lo que se dice y hacen los sectores del gobierno y la iniciativa privada, que sumen en la duda, el rencor y el coraje al ciudadano.
Eso es lo que significa en términos reales el cambio, el paso de la opacidad social a la claridad ciudadana. No hay razón de fondo para sentirse en el fondo del caos y la desdicha, ni el país se va a incendiar y acabar, ni tampoco el desastre es el sino de nuestra nacionalidad. Solo es el cambio y sus efectos perniciosos, son las corrientes de aguas revueltas y turbias que conllevan la buena nueva del cambio.
A todos nos gustarían las transiciones de lo viejo a lo nuevo y moderno, tersas y civilizadas, más la verdad es que no es, ni nunca ha sido así, ni aquí, ni tampoco en ninguna parte. Los cambios sociales, políticos y económicos profundos, significan extirpar con dolor, estertores de muerte y angustias colectivas, lo que no sirve para el futuro promisorio y renovado, para la reconstrucción de la nueva fe ciudadana y los nuevos modos y prácticas de conducción hacia mejores puertos a la nación mexicana.
Prudencia y paciencia, son los componentes básicos de un nuevo amanecer, de un entorno social más maduro, sereno y ecuánime, de una sociedad civil conducida por mejores rumbos y amplios consensos. No es bueno para nadie tirarnos al suelo y gritar que todo está perdido que no hay espacio ni oportunidad para la redención. Solo es el paso oscuro y difícil de lo viejo a lo nuevo.
Lo mejor es no creer todo lo que se dice, ni aceptar fantasías. Lo mejor es la sensatez individual y colectiva, sin perder la perspectiva.
NOS VEMOS Y LEEMOS EL PRÓXIMO MARTES.