Las primeras enseñanzas de seguridad que se comparten a un menor son dentro de casa. El no hablar con extraños, jamás irse con un desconocido, cuidar su cuerpo y siempre decirle todo a mamá y papá, son algunas de las más valiosas. Aquí nacen los primeros lazos de confianza entre padres e hijos. El sentirse protegidos los fortalece ya que los niños requieren cuidado por naturaleza.
En los años noventa, una campaña televisiva a la que hago alusión con el titulo de esta columna, estaba enfocada precisamente a este tema, el cuidado de los menores. Desconozco si funcionó o si había un trasfondo.
Pero ¿hasta que edad dejamos de decirles a nuestros hijos que no hablen con extraños, que cuiden su cuerpo, que no se vayan con desconocidos, que no compartan datos personales a cualquiera?
La inquietud me surge después de que fui testigo de un acto por demás peligroso. Durante un viaje corto, frente a mí, se encontraba una chica joven viajando sola. A su lado, sentado un joven maduro con vestimenta que expresaba su nivel socio económico alto. Llegó tarde, desorientado, descuidado y con aliento alcohólico. Al despegar logró entablar una plática trivial con la chica y en minutos aquello se convirtió en un interrogatorio. No sé si me asombraba más lo que él preguntaba, que ella contestara sin titubear o el hecho de que lo dejaron abordar en ese estado.
No solo el chico, si no todos los que estábamos cercanos a las primeras filas, nos enteramos de la edad de la joven, de donde venia, a donde se dirigía y porqué.
Quien la recogería, y cual era el tiempo de su estadía en su destino. Los sobrecargos, aunque atentos, se mantenían distantes a la situación. Mas allá de tomarlo como un simple hecho de un hombre alcoholizado, que quizá no recuerda una sola palabra de lo que se le compartió, la información se dio y fue escuchada por mas de una persona, con buenas o malas intenciones.
Sin exagerar, los peligros están latentes en cualquier lugar. Reforzar en nuestros hijos que estén atentos a su seguridad, nunca está demás. Obviamente cambiarán los tonos y los modos, pero evidentemente hace falta recordárselos. Como madre de todas las influencias sabemos orgánicamente cuidar, guiar, proteger, dar y fortalecer los lazos de confianza en diferentes etapas del crecimiento de nuestros hijos. Mantenernos atentas en su seguridad es imperativo. Tenemos ese poder, hagamos buen uso de él.
KIKI
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