En cada columna me he dedicado a resaltar lo maravilloso que es convertirse en madre. Comencé a escribir hace muchos años cuando caí en cuenta del gran poder que tenemos al dar vida. Llevadas por el amor en principio, pero con una enorme responsabilidad. Tratando de mantenernos sabias para equivocarnos lo menos posible. La imagen materna es trascendental en la vida de cada individuo, marcará su destino para bien o para mal, lo queramos o no. Sentí que era una misión que había que cumplir de mi parte.
No tuve la fortuna de conocer a ninguna de mis abuelas y mucho menos a mis bisabuelas. Solo supe de ellas gracias a lo que me platicaba mi madre. Sin embargo, pude ver su legado a través de mis padres, mis tíos, mis primos, mis hermanos y en mí. El impacto fue y es tan profundo, que puedo entender los comportamientos de muchos de mis familiares, y a la vez saber más de ellas y entenderlas. Resaltan aquellos en los cuales hubo una crianza permisiva, y consentidora. Así como en los que solo bastó el ejemplo para ser personas exitosas y de bien, o quienes son el vivo ejemplo de una de ellas.
La imagen materna en el árbol genealógico de cada familia es pilar, por eso su vida atraviesa por generaciones. Aún mi madre, sin conocer a mi abuela, pues quedó huérfana al nacer, decía: “La mamá, es la mamá” Que razón tenía.
Hoy 16 años después de su muerte inesperada, sus palabras siguen en mí, su ejemplo y una fortaleza inexplicable que me surge en momentos difíciles. Mi madre fue la primera madre de todas las influencias en mi vida, tuvo el poder e hizo buen uso de él. Logró que me llenara de ella en todos los sentidos y que aceptara su partida feliz, agradecida y en paz.
Gabriela Guerrero Sánchez “Kiki”
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