Cuando me preguntaban qué quería ser de grande, sin dudarlo mi respuesta era maestra de preescolar. A los doce años jugaba con mis sobrinos pequeños a la escuelita, con un improvisado salón de clases en el patio de la casa.
Les montaba coreografías para las fiestas de la familia, y me encargaba del vestuario y la escenografía. Conforme fui creciendo mi respuesta siempre fue la misma cada vez que me preguntaban qué quería estudiar.
Llegó entonces el momento de decidir mi profesión, así que no dudé en expresarle a mi madre mi deseo de ser maestra de preescolar. Su respuesta: un rotundo no, argumentando que las plazas de maestra serían fuera de la ciudad y que no me convenía. Fue una decisión difícil encontrar una carrera qué estudiar y renunciar a mis deseos.
Recordé mis clases de comunicación en preparatoria que disfrutaba tanto y que me parecían muy interesantes. Y así fue como decidí estudiar Ciencias de la Comunicación, dejándome llevar por el instinto. Terminé los estudios, me titulé y ejercí en diferentes áreas: radio, recursos humanos y prensa escrita.
Aunque no fue lo que quise estudiar en un principio, tiempo después agradecí aquella decisión mía tan apresurada. No me imaginé lo útil que serían mis estudios en mi futuro y hasta en el de mis hijos. Hoy me he convertido en asesora y coach de mi hija, además de asesorar familias de bailarines y atletas de alto rendimiento.
Confieso que por un tiempo no entendí la decisión de mi madre, pero ahora sé que también hubo responsabilidad de mi parte, por no luchar ni buscar oportunidades. Afortunadamente mi instinto de elegir una carrera en un momento de presión dio frutos, porque a fin de cuentas fue mi elección. Esta experiencia dejó en mí un crecimiento diferente, ya que transformé mi pasión de querer ser maestra, a educar y transmitir conocimiento de una manera distinta.
Somos la madre de todas las influencias, capaces de respaldar y animar a nuestros hijos en sus sueños y deseos. Tenemos ese gran poder, hagamos buen uso de él.
