Se dicen muchas cosas sobre el famoso y detestado muro de Trump: “Que si lo va a hacer; que si ya está hecho; que si lo paga México; que si esto y que si lo otro.” Mucho ruido mediático y ultranacionalismos de ambos lados de la frontera, sobre un tema que fue dilucidado hace diez años en el Congreso de la Unión Americana, por medio de la Ley Barda Segura, en el año 2006, siendo presidente George W. Busch, con mayoría demócrata en la cámara de representantes, y en México, era el final del sexenio de Vicente Fox e inicios del de Felipe Calderón.
En ese entonces, se autorizó y por razones de congruencia presupuestal, el Ejecutivo federal de ese país decidió ejecutar la obra en tres sentidos y bajo un esquema financiero multianual, lo que arroja un avance financiero actual de 33%, y uno físico de 1,200 kilómetros, de los poco más de 3,000 que dividen a ambas naciones. Los rubros conceptuales que comprende el proyecto son: obra física, tecnología de punta e incrementos en personal y equipo de tierra y aire para la patrulla fronteriza.
La habilidad de los estrategas políticos de la campaña, y del gobierno, del referido Sr. Trump (a quien no le importa que lo critiquen, en tanto le teman), consistió y sigue consistiendo en aprovechar electoralmente la centenaria relación de amor y odio que ha existido entre México y Estados Unidos, consecuencia de hechos históricos, colonialismo económico y geopolítico obligado. Con esos elementos y componentes básicos, supieron estos señores, revivir los sentimientos antirracistas y xenófobos subyacentes en la población blanca norteamericana.
Lo anterior, aunado a la verdad de que la frontera entre los dos países es porosa y muy intensa, por donde se filtra y convive lo bueno y malo de la relación comercial y migración sur-norte del continente, contribuyó a formar el caldo de cultivo ideal para una campaña político-electoral y un gobierno capaz de cumplir algunas (las más dinamizadoras), de las promesas de campaña, a sabiendas de que por ejemplo, la del muro, ya era un hecho consentido política y comercialmente, con las salvaguardas del caso.
Ahora, que si la continuación y terminación del famoso muro es en tres, cinco u ocho años, dependerá de la negociación presupuestal que la Casa Blanca haga en el congreso, bajo la advertencia de, por una parte, que la ejecución de la obra es considerada como de seguridad nacional, y por otra, de que los recursos por ejercer, hasta llegar a 15 mil millones de dólares, no podrán ser motivo de incremento en el presupuesto del Ejecutivo, sino y por el contrario, habrán de provenir de una reasignación de partidas presupuestales ya autorizadas, castigando proyectos en obras, servicios y gasto corriente de la administración federal actual.
Esta es la realidad administrativa y política del emblemático tema de campaña y gobierno de la primera era trumpiana, como ya se ha dado en llamar al primer mandato del Sr. Donald Trump. Lo demás que se diga y haga en México, es producto y compete más a la época preelectoral federal de 2018 y a la avalancha mediática que se le vino encima al gobierno mexicano, ante una realidad no advertida que ha tenido un alto costo político nacional.
NOS VEMOS Y LEEMOS EL PRÓXIMO MARTES.
