La Francia de hoy, como la de ayer, se debate entre dos ideas de ver el progreso y la feliz realización de los franceses, en un contexto de integración, unidad y paz, de la Europa del futuro, a entender de quienes compitieron en el tramo final por la presidencia de ese país apenas este domingo 7 de mayo pasado. Ambas visiones, por supuesto, atrapadas en la camisa de fuerza del capitalismo moderno y radical.
Marie Lepen y Emmanuel Macron, dos personajes a quien el sistema electoral francés puso a competir en aparente igualdad de circunstancias; los dos, al intentar beneficiarse de quienes votaron en una primera instancia por los candidatos que no entraron a la ronda final, terminaron por ubicar la abstención y el voto en blanco, en porcentajes inusuales en la Francia de las últimas décadas.
Los observadores y analistas de lo que representan y proponían ambos personajes, coinciden, en su mayoría, en que el resultado favorable a Emmanuel Macron tuvo que ver principalmente con: primero, un no al nacionalismo nativista de la señora Lepen, y segundo, a la conveniencia y esperanza de que las élites burocráticas e ideólogos de Bruselas, se apresten a diseñar e implementar los ajustes y reformas que amerita la Comunidad Económica Europea, origen mismo del resurgimiento de los nacionalismos radicales europeos (‘nativismo’ se le denomina ahora).
Los retos inmediatos y de corto plazo que Macron habrá de enfrentar son grandes y definitivos para los cinco años de su mandato: ganar la mayoría de adeptos en la Asamblea Nacional el próximo mes de junio, seleccionar y nominar a un primer ministro capaz de convertirse en su interlocutor político y negociador en la mencionada Asamblea, convertir al frente ciudadano que lo postuló y llevó al triunfo en un partido político real, con ideología y programa definido, sin perder de vista que el electorado actual y futuro tiene ideas anti-sistema.
A mediano plazo, el candidato electo Macron tendrá que desatar el nudo gordiano que representa hacer crecer la economía francesa y crear nuevos y mejores empleos para los jóvenes, ajustar a la baja la sobre carga que implica el régimen social y de prestaciones de los trabajadores, origen del déficit fiscal, la ausencia de inversión privada y la falta de competitividad de la economía francesa.
Además de sortear con éxito, en el mediano y largo plazo, la relación de Francia con la Comunidad Económica Europea, es decir su reinserción en el complejo modelo integracionista europeo, en materia de subsidios y apoyos para el desarrollo y consolidación de un Estado de bienestar semejante al de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, capaz de estandarizar la redistribución del ingreso sin afectar la acumulación de capital, la competitividad y el crecimiento (56% del PIB francés, proviene de actividades emprendidas, relacionadas o subvencionadas por el Estado).
El nuevo mandatario galo cuenta para su beneficio, en el tiempo inmediato, con la simpatía de todas las naciones de Occidente que ven en él la posibilidad real de detener el crecimiento de los nacionalismos nativistas en Alemania, España, Grecia, Italia, Portugal, Medio Oriente y en Iberoamérica. Por lo que habrá de ser muy interesante y aleccionador, ver en el futuro inmediato y de corto plazo, cómo la nación (Francia) en la que se gestó de origen la integración europea, recompone su estándar de vida económico y social nacional, qué soluciones y nuevos postulados propone en el Parlamento Europeo y en los órganos de gobierno de la propia comunidad europea.
NOS VEMOS Y LEEMOS EL PRÓXIMO MARTES, SI DIOS QUIERE.
