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Ceguera

Estoy en el aeropuerto de la Ciudad de México esperando un vuelo que me lleve a la ciudad de Monterrey y al cual todavía  le faltan dos horas para despegar. Hago tiempo en la sala de espera posterior a la revisión aduanera, y la cual es un enorme complejo comercial, más grande incluso que Paseo Reforma, el área comercial más grande de mi Nuevo Laredo, a donde pienso enfilar en cuanto llegue al aeropuerto regiomontano, una vez que aborde mi camioneta que me espera en una pensión cercana al sector aéreo. En mi espera me tomo una cerveza mientras escucho como van saliendo los vuelos a Tijuana, Hermosillo, Los Cabos, Cancún y un sinfín de partes más. La vista se me nubla y no por el consumo de cerveza sino por estar elaborando este escrito en mi teléfono. Lamento infinitamente que al documentar mi equipaje no haya bajado mi tablero que conecto al teléfono y me ayuda a escribir más rápido y sin dañarme tanto la vista.  A un lado de mi cerveza está un sobre de papitas Sabritas que ya devoré, junto a un mentado tazo que venía en el interior y que ya me andaba tragando creyendo que era una papita; sobre la mesa también está un libro, “El Evangelio Según Jesucristo”, de José Saramago, que compré en el callejón de La Condesa, en la ahora CDMX, y cuyo espacio se ha convertido en una gran feria del libro. El libro me costó 100 pesos, toda una ganga. No sé si sea “pirata” o legal, lo único que sé  es que me ahorre 200 pesos, pues en la librería Iztaccíhuatl de mi natal Nuevo Laredo oscila en los 300 pesos. De hecho me traje otros libros interesantes que también me resultaron una ganga, entre ellos otro de Saramago, denominado “Ensayo Sobre la Ceguera”, título muy propio para mí en los precisos momentos en que escribo esta historia. Y es que la lectura de los dos primeros capítulos del libro que habla de una ficticia historia de Jesús, el Jesús de nuestra religión católica, y que a mí muy particular punto de vista puede haber sido una realidad, pues nada sabemos de la vida juvenil del redentor, también contribuyó a que se me haya nublado la vista, amén de que este escrito sigue añadiéndole cansancio a mis ojos. Ya casi no distingo las letras, y me alarma pensar que me esté quedando ciego. De hecho ahora que anduve por el centro de la capital del país detecté una gran cantidad de jóvenes promoviendo el servicio de ópticas. Incluso pude visitar un enorme complejo comercial de puras ópticas por el rumbo de la estación del metro Allende. Le pregunté a uno de los optometristas del lugar si tanto así nos estábamos volviendo ciegos como para que hubiera tantas ópticas, a lo que simplemente se limitó a comentar “la tecnología nos está dejando ciegos”. Y tiene razón, los modernos aparatos, ya sean celulares, tabletas o computadoras, nos están dejando en la ceguera. En no muy lejano tiempo tendremos los ojos grandes como los extraterrestres, como parte de nuestra evolución. Yo por mi parte voy a dejar este relato. Descansaré un poco la vista. Espero que estas dos horas se vayan rápido. Ya extraño Nuevo Laredo. En cuanto llegue haré mi propio ensayo sobre mi ceguera.

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