El Dólar
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¡Adios tía!

Al momento de escribir estas líneas voy en carretera con rumbo a Papantla, Veracruz, la tierra de mi esposa. Voy junto a ella y parte de la familia al funeral y sepelio de una tía que para mi mujer fue su segunda madre, pues la cuidó de chiquilla. Para escribir esto he dejado el volante de la camioneta en que viajamos en manos de uno de mis hijos, y así poder hacer un breve relato que quede como homenaje a esa mujer que ha partido con el creador y que se ganó mi cariño y afecto con su forma de ser. Y es que cada vez que yo iba de vacaciones a la tierra de mi mujer ella siempre se desvivía por atenderme. Siempre que yo llegaba a su casa, contigua a la de mis suegros, sacaba su mejor silla para que me sentara y de inmediato ponía a la lumbre el comal de barro y hacía a mano deliciosas tortillas de maíz con salsa picosa, queso y frijoles, alimentos sencillos pero muy ricos.

Y ni que decir del café de olla, que todas las mañanas, durante mi estancia en el rancho, me preparaba, acompañado de piezas de pan que ella misma también elaboraba en el horno colocado en medio del enorme patio de su humilde morada.

Era toda una gran cocinera, y sin temor a equivocarme, la mejor que he conocido. Yo que siempre me he jactado de tener una gran cocinera en casa, que obviamente es mi mujer, también siempre he dicho que mejor que mi mujer para la cocina, mi suegra, casi a la par con la tía. Así pues entiendo por qué mi mujer salió tan buena para cocinar, pues claro, tuvo dos excelentes maestras. La tía falleció el viernes 17 de mayo en la madrugada. Me tocó contestar el teléfono y saber la funesta noticia.

Peor aún me tocó avisarle a mi mujer, casi exactamente igual que como sucedió hace poco más de un año, cuando murió el abuelo de mi esposa, padre de la tía. De hecho pienso que la tía no resistió la muerte del abuelo y por ello decayó en salud. Nunca se casó, pues toda su vida se dedicó a cuidar al abuelo, cumpliendo así con la ranchera tradición (un tanto absurda) de que la mujer más chica debe quedarse a cuidar a sus padres. De ribete se encargó de criar a los sobrinos que algunos de sus hermanos tuvieron fuera de sus matrimonios. Así fue la vida de la abnegada tía, quien ya está al lado de su padre, y sin duda todavía en el más allá lo seguirá cuidando.

La voy a extrañar cuando vaya al rancho y ya no esté esperándome con una taza de aromático y rico café y ese delicioso pan y sus sabrosas tortillas. Este domingo, primero Dios, le agradeceré sus atenciones en la despedida de su cuerpo de esta vida terrenal.

Otro ser querido que se va, otro ser a quien extrañar, en algo que forma parte por lo que todos algún día tenemos que pasar.
¡Descanse en paz tía!

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