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A mi maestro

No era en sí un maestro. Su profesión oficial era licenciado en derecho, metido a catedrático.

Daba clases de ciencias sociales en la Escuela Secundaria Técnica 32. Fue en la segunda mitad de la década de los 80´s que me tocó estudiar en dicho plantel educativo. De carácter férreo, era temido por los alumnos. Le apodaban “El Cadillo”, porque su pelo era de corte militar. Siempre vestía de traje, preferentemente de colores claros, y usaba unas gafas con cristales de color verde. Padecía un poco de sordera, motivo por el cual gritaba al hablar, y eso hacía temerle más. Era normal verlo con un legajo de libros bajo el brazo, muchos de los cuales leía en clases, mientras de reojo observaba a los alumnos cumplir las tareas encomendadas. Siempre pensé que me odiaba, pues desde mi llegada a su grupo, sentí que la agarró en contra mía. Empezó diciéndome que era un mal estudiante, luego que era un mal ejemplo para mis compañeros, lo que me irritaba y me hacía tener un comportamiento más soez. Porque lo reconozco, en mi época de secundaria fui tremendo. Inquieto, hablantín, arrogante, grosero, busca-pleitos y en fin, un alumno mal comportado. No era malo en el estudio, pero ahora entiendo que mi afán de portarme mal me hacía tener malas notas.

Muchos maestros me ignoraban, ni caso me hacían. Algunos me soportaban, pero “El Cadillo” me atacaba, me confrontaba y me insultaba.

Eran clásicas sus palabrejas de “no sirves”, “eres escoria”, “nunca vas a llegar a nada”, “serás carne de cañón”, “¡lárgate de mi clase!”. Y yo burlón me salía del salón, lo que evidentemente me hizo reprobar su materia. Eran los tiempos del grafiti, en que tontamente importaba más andar rayando paredes, sintiéndote famoso, eludiendo a los dueños de las bardas y a la autoridad que nos buscaba. Anduve en ese mal camino.

Pero siempre, hiciera lo que hiciera, recordaba el “no sirves” del maestro de ciencias sociales. Y en mis adentros me decía, “yo le voy a demostrar a ese viejo que sí sirvo”.

Terminó el año y tuve tres materias reprobadas. Me fui a extraordinarios y pasé dos. Me quedé debiendo una. Quise seguir estudiando pero no tuve cabida en la preparatoria, más que nada por la falta de dinero. Aún recuerdo cuando una empleada administrativa de la Preparatoria Uno fue por mí al salón a exigirme el pago del resto de la cuota de inscripción, y al no tenerla me sacó. Me dijo que estaba ocupando un lugar que podía ser para otro que sí pagara. Abandoné pues los estudios de preparatoria y nació en mi cierto coraje hacia el sistema educativo, ese sistema donde desgraciadamente si no tienes dinero, no estudias.

Me dediqué a trabajar. En aquel entonces de hecho ya me ocupaba laboralmente en el periódico El Diario, en el área de prensa. A mis 15 años quería aprender a hacer el periódico.

En intervalos me ponía a estudiar por mi propia cuenta. Empecé a leer libros de todo tipo.

Me hice autodidacta, porque siempre que una duda me asaltaba o no sabía algo, me venía a la mente aquella frase de “no sirves”, “nunca vas a llegar a nada”. Y nuevamente la respuesta en mi interior de “yo le voy a demostrar a ese viejo que voy a ser alguien en la vida”. Se dio la oportunidad de ir a trabajar al periódico Laredo Ahora. Yo quería entrar al área de prensa, pero el jefe de redacción, Jesús Valdez Gutiérrez, me dijo que ahí no había futuro, que tomara fotos, que yo podía hacerlo. ¡Y claro que podía! En mi mente evocaba a “El Cadillo” y su imagen me daba el coraje para hacer las cosas que se me encomendaban. Después se vino la invitación a hacer notas deportivas, otra vez con el empuje de “tú puedes”, y mi ánimo de lograrlo.

Entre al medio periodístico de lleno. En 1992 se llegó la oportunidad de regresar a El Diario, pero ahora como reportero. Regresé. Cierta vez trabajando justamente en El Diario me encontré al catedrático en el café Plaza. Estaba solo en una mesa, leyendo el periódico, por lo que me le paré enfrente y lo saludé. “Yo te conozco”, me dijo, “eres Contreras”, que era como me conocían en la escuela, dejándome sorprendido de que me recordara.
“¿Qué ha sido de tu vida?”, me inquirió.
“Soy periodista”, le respondí.

“¡Periodista!”, dijo alzando la voz y llevándose la mano izquierda al oído del mismo lado, para poder escuchar mejor.
“Sí”, le contesté con cierto orgullo.

“¿Y en donde trabajas?”, volvió a preguntar.

Entonces le señalé un periódico El Diario que precisamente tenía en sus manos, y le dije: “ahí”.
Y sorprendido dijo, “¡¿a poco tú eres Juan Rodríguez Contreras?!”.
“Sí, le respondí”.

Y para mi gran azoro me dijo, “¡Ahhhh!, ¡SÍ SERVISTE!”.

Lo abracé y le di las gracias sin que el supiera a ciencia cierta porqué. Las gracias porque precisamente gracias a su postura dura hacia mi persona me hizo salir adelante en la vida. A que gracias a sus “no sirves”, pude imponerme retos que día a día fui logrando, y que sigo obteniendo. A que gracias a su imagen amenazante que fluctuaba en mi cerebro, siempre me ha brotado el coraje y las ganas de triunfar. No sé si lo haya hecho adrede, solo sé que su acción operó en mí estratégicamente.

Su nombre: Antonio González Sobrevilla.

Donde quiera que esté, ¡Feliz Día Maestro!

(Dedicado en sí a todos los maestros, en este próximo Día del Maestro)

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