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El imperialismo expansionista

Son muchos los antecedentes históricos y presentes, que en México y Latinoamérica tenemos sobre el colonialismo financiero, económico y el expansionismo territorial de Estados Unidos de Norteamérica.

Siempre alentados todos ellos, por la idea mesiánica del Destino Manifiesto, subyacente en la memoria y la génesis, tanto de los constituyentes como del mismo Estado americano, y por supuesto, en todo el conjunto de su política exterior a lo largo de los años.

No es raro entonces, que antes y después de asumir el poder el emperador rubio (Donald Trump) renazcan con esperada virulencia los afanes de conquista y colonización ‒insisto, amigo lector, en llamar a la Unión Americana imperio‒, porque en los hechos, ahora y antes, se asume como tal, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, época en la que el coloniaje que antes se limitaba a América Latina, se extiende por todo el mundo, con sínica prepotencia y casi por mandato divino.

Con México y Canadá en particular, existe la presunción de que forman parte, de alguna manera muy real, de la Unión Americana, que ambas naciones son soberanas tan solo en su régimen interno, ya que su independencia no rebasa la esfera o zona de influencia de Washington, por lo que ambos países han de someterse al interés global y preferente de su visión del mundo y poder beligerante.

Algo así como también después de la Segunda Guerra Mundial, lo fue y pretende nuevamente serlo la Unión Soviética, al grado de pretender que existan tan solo dos imperios: el ruso y el norteamericano, es decir, volver a la bipolaridad y la repartición, bajo el principio de la ubicación geográfica, del resto del mundo.

La pregunta obligada es, mi estimado lector, ¿hacia dónde vamos, qué sigue después de hoy? Pienso, que hacia una nueva teoría de la globalidad económica y geopolítica, a partir de las capacidades económicas, financieras y bélicas de los dos imperios, alentando el de Occidente, una confrontación ruso-china, lejos de las fronteras y el territorio norteamericano.

La historia así lo consigna y las evidencias actuales así lo validan. Déjeme entonces, a partir de este preámbulo, amigo lector, traer a letras un suceso poco recordado en la historia patria, que de manera específica revela el sentido político y la naturaleza expansionista de Estados Unidos hacia México.

Consigna la historia, que corría la segunda mitad del largo y azaroso gobierno del general Porfirio Díaz, cuando Washington mostró intenciones de construir una vía marítima que conectara el océano Pacífico con el Atlántico, a fin de evitar los altos costos de navegación que representaban bordear todo el continente centro y suramericano para pasar de un océano a otro.

De este modo, Washington envió a México a un conocido complotista y saboteado profesional (William Walker), para que reuniera a un grupo de norteamericanos y mexicanos (prestanombres), a fin de comprar tierras en los estados de Oaxaca, Veracruz y Tabasco, para subsecuentemente organizar una sublevación y declararse independientes de México y adherirse a la Unión Americana como un estado más de ésta.

Como don Porfirio conocía ese viejo truco usado en Texas con Santana, envió a esos estados a un leal general y poco mencionado en la historia (Manuel Mondragón), para que expulsara al referido complotista y sus secuaces y asociados, a la vez que reintegrara al patrimonio nacional las tierras ya adquiridas, instalando cañones de largo alcance en los puertos de Salina Cruz y Puerto México (hoy Coatzacoalcos), aprovechando que la incipiente red de inteligencia norteamericana no tenía conocimiento de que México había mandado construir esos cañones a Alemania, como un plan de reforzamiento de pertrechos para respaldar la soberanía nacional de intromisiones europeas.

Al momento que Estados Unidos se entera de que don Porfirio desmanteló el plan de comprar tierras en el sureste mexicano, envió su flota del Pacífico a las costas de Salina Cruz, en un intento de invasión, lo que fue impedido por los disparos de los cañones ya instalados y de mayor alcance que los del destructor y las fragatas norteamericanas ancladas a 15 kilómetros del puerto mexicano. Fue entonces que Washington volteó los ojos hacia Colombia, a su región ístmica en particular, y movió la misma estrategia hacia lo que hoy es Panamá y la existencia del canal interoceánico del mismo nombre.

Es por eso, que en cuanto se filtra a los medios la intención de ayuda planteada por el emperador rubio (Donald Trump), al presidente Peña Nieto en una plática telefónica, el botón de alarma se disparó y dio curso a la especulación y los comentarios de advertencia nacional.

Cierto es, que a Estados Unidos le asiste todo el derecho soberano de construir muros y resguardar su frontera sur dentro de su territorio y como mejor le convenga, como cierto es también, que el solo hecho de enviar tropas regulares o de la guardia nacional a esa franja de vecindad, así sea con la más sana intención de colaborar, supone manifestaciones de hostilidad, mala relación e intenciones encubiertas de invadir.

Que bien sea dicho y no de paso, que en mérito a la historia entre las dos naciones, más vale prevenir y ser mal pensado, que lamentar.

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